Firme y tangible
La Resurrección de Jesús: Una Realidad Concreta en Nuestra Vida Cotidiana
Por Padre Martín Ponce De León A lo largo de la Semana Santa, la figura de Jesús se convierte en un espejo que refleja nuestras realidades más íntimas.Esta identificación alcanza su punto culminante en la conmemoración del Viernes Santo, donde al contemplar a Jesús en la cruz, somos confrontados con nuestras propias miserias.
Sin embargo, al llegar al momento de la resurrección, la conexión parece desvanecerse.
Comenzamos a hablar de conceptos abstractos como la fe y la esperanza, dejando de lado la posibilidad de hacer nuestra esa realidad trascendental.
No obstante, es común escuchar afirmaciones como: “Está vivo y transita nuestra historia” o “Camina con nosotros”.
Es importante reconocer que la resurrección no debe ser considerada una mera utopía.
Debemos aprender a reconocer al resucitado en nuestras experiencias diarias y en las vivencias de quienes nos rodean.
Cuando alguien nos regala una sonrisa, allí está el resucitado.
Cuando otra persona nos brinda la calidez de su mirada, allí está el resucitado.
Cuando alguien nos escucha con atención, allí está el resucitado.
Cuando nos tienden una mano desinteresadamente, ahí también lo encontramos.
La presencia del resucitado se revela en actos cotidianos: en la aceptación incondicional de los demás, en el abrazo lleno de afecto, en el cariño sincero.
Está presente cuando observamos a alguien luchar por sus sueños, cuando nos impulsan a ser mejores y cuando no se rinden frente a las adversidades.
Asimismo, el resucitado está entre aquellos que dedican su tiempo a los demás sin esperar nada a cambio, en quienes buscan vivir con coherencia y contemplan a Dios en su día a día.
Su presencia también se manifiesta en aquellos que trabajan por la unidad y en quienes buscan crear comunidades más fraternas.
Este testimonio de la resurrección no se basa en doctrinas o instituciones, sino en la esencia misma de la vida.
Nuestro papel como testigos de su presencia viva se logra a través de gestos simples: una mirada, una sonrisa, un abrazo o un gesto de cercanía.
Estas acciones cotidianas son el verdadero testimonio de una vivencia que va mucho más allá de una creencia superficial.
Ser testigos del resucitado debe nacer de la convicción profunda de que esta experiencia es tan hermosa que se manifiesta de manera espontánea.
No es algo que hacemos por obligación, sino por la fuerza que lleva dentro de nosotros.
La resurrección de Jesús no es una idea abstracta ni una utopía; es una realidad vibrante que transforma nuestra existencia.
Fuente: Diario Cambio